El sol llego radiante y entraba por la ventana del altillo de la posada donde estaba Enrique. Sevilla se veía muy bello y las gentes deambulaban por las calles. Salió muy animado ese día camino del Castillo para ver al mayordomo del mismo y consultar por tierras.
Llego al castillo disfrutando del paseo, y menciono al guardia su deseo. Pronto fue llevado a quien administraba todo el Castillo de Sevilla y frente a él mencionó su interés.
Luego de que pasara el interrogatorio de quien era de donde ve3nia y que pretendía, comenzaron a ver planos de terrenos, parcelas, haciendas, etc. Disponibles para la compra.
Medito sobre dos opciones y quedó en ir al día siguiente para que uno de sus hombres me llevara a conocer los terrenos, previo dejar una bolsa de monedas en concepto de anticipo por cualquiera de los dos.
Volvió a la posada y se encontró nomas llegar con un zagal de pelo dorado esperando en la puerta que le consulto
- Usted e Don Enrique Mendoza?- Quien pregunta?- Tengo mensaje del puesto de carretas y me dijeron que me daría una moneda por él, pero debía dársela a Don Mendoza en mano. Usted e Don Mendoza?- Y como sabrás que es Don Mendoza?- Pos, por eso pregunto, no soy tonto de dáselo a cualquera. Si me dice “soi Don Enrique Mendoza”, ahí está, esel.Enrique sonrió jocosamente al chaval y busco una moneda de entre sus pertenencias
- Coge tu moneda, soy quien buscáis, dadme el mensaje.El chiquillo busco entre sus ropas la nota y se la puso en mano bruscamente a Enrique y salió luego disparado.
La nota casi cae de sus manos, quedó por un instante mirándolo desde el lacre que unía los hilos que la mantenía cerrada prolijamente. Olía a templo, estaba algo sucio por el manoseo seguro de su viaje, pero el lacre estaba sano y el sello del Monasterio en una esquina con el sello Mendoza de su padre que tan bien conocía, lo dejo dubitativo parado frente a la puerta de la posaba.
Finalmente entro rápido a su habitación y cerró la puerta con pasador, para sentarse finalmente en la cama junto a la ventana.
Seguía mirando la nota hasta que de improviso y decidido rompió el lacre, los hilos y la abrió
Era la letra de su hermana, recordó cuándo ambos eran enseñados por su madre en las letras y que juntos reían de los trazos de cada quien, buscando imágenes de animales en los trazos para burlarse del otro.
Pero en esos trazos de Clara no había burlas, no, solo dolor en cada palabra bañada de llantos, seguramente. Conociendo y recordando a Clarita, escucho esa misma voz que tenía en su mente de su hermana, quien leía la carta para él, y no su voz.

Despacio doblo nuevamente el papel, con sumo cuidado, aunque sintió que doblaba su corazón en la mano, cuando se recostó de lado en la cama y se quedó mirando a la nada, recordando su infancia y una niña de cabellos robados al trigo sonriendo con picardía que le miraba.